Los nombres propios, el prometedor estreno literario de Marta Jiménez Serrano
La autora madrileña firma una gran novela de formación que nos sorprenderá por su frescura y su voz narrativa
Esa amiga invisible que muchas hemos tenido en la infancia es la narradora principal de uno de los estrenos más destacados de los últimos tiempos. Hablamos de Los nombres propios (Sexto Piso), la primera novela de Marta Jiménez Serrano (Madrid, 1990). Sorprende la voz narrativa, directa y fresca de esta novela de formación en la que Belaundia Fu, la amiga invisible en cuestión, nos va contando, desde la infancia a la edad adulta pasando por la juventud, la vida de la protagonista.
El rol de las madres y las abuelas invisibles
La autora (en la imagen) nos hace reflexionar a través de su relato sobre esa búsqueda de la identidad personal, sobre cómo llegamos a convertirnos en lo que somos y sobre esas decisiones que tomamos que marcan nuestro camino en la vida. La obra también es una reivindicación del papel de la mujer, de las madres, de las abuelas, que a pesar de estar siempre en casa, quedan muchas veces invisibles ante la figura paterna. Temas universales como el amor, la soledad y la muerte forman parte de Los nombres propios.
La amiga invisible no deja de aconsejar a Marta sobre lo que tiene o no que hacer, al igual que la gente de su alrededor. Pero será ella la que tendrá que alcanzar ese punto en el que le pondrá los nombres adecuados a su historia. Cuando alcance su independencia y su madurez llegará ese momento. Mientras tanto iremos viendo cómo se relaciona la protagonista con el mundo que la rodea. Sin lugar a dudas, nos encontramos con una de esas autoras jóvenes que van a dar mucho que hablar desde el punto de vista literario.
Así comienza: Los nombres propios
Te miras los pies, que son pequeños, pero a ti no te parecen pequeños: te parecen simplemente tus pies. Los llevas despacio hasta el borde del trampolín azul, descolorido por el sol. Los juntas. Das un pasito más y tus dedos, que son pequeños, sobresalen y se quedan en el aire, asomándose a la piscina brillante. Pero por qué iban a ser pequeños, si son simplemente tus dedos. Miras al frente y el sol te hace fruncir el ceño. Tienes la piel seca; seca y morena, y solo llevas puesta una braguita de bañador con volantes y estampado de cerezas que está descolocada y enseña una nalga blanquísima. Al fondo, el césped, que también está algo seco. Los aspersores. El cielo, brillante como la piscina y azul como el trampolín. El calor intenso. El silencio tan poco habitual.