Una crónica muy jonda
Silvia Cruz Lapeña estrena 'Crónica jonda', una road movie flamenca, que representa "un viaje por España y por el tiempo, con desvíos que llevan a festivales de música en Ámsterdam y a hospitales al borde del colapso"
Francisco soñaba con ser cantaor. Pero era tímido y no tenía una gran voz. Su padre, harto de hambre, le divisó un buen oído y le calzó una guitarra a una edad en la que el niño Francisco probablemente no tuviera ni cuajadas las falanges. Pero eso no fue problema para él, tampoco que el instrumento precisara horas de soledad y ensayo, pues ya era desde chiquito un ser inclinado al silencio. Tenía siete años, aún se llamaba Francisco y vivía en la calle Barcelona. Al poco tiempo empezó a recorrer tablaos, bares y ventas con la guitarra y se le asignó un número: el 1423, el de su carné de artista. Así se convirtió Francisco en un niño trabajador, nada raro en la España de los años 50, donde el sueldo de un cabeza de familia no daba para mantener toda una casa. Críos de su edad, diez años, trabajaban en las fábricas, iban al campo o guardaban pavos. A él al menos, le asignaron un oficio que no estaba entre los más peligrosos: peor hubiera sido una mina, él lo sabía.
Pasaron los años, le fue bien, tocó con sus hermanos y conoció a un chaval que quiso ser guitarrista pero que acabó cantando. Se llamaba José y se entendieron al instante. Dos hombres callados, criados en la necesidad constante de lo básico y hambrientos de música no tenían más remedio que hacerse hermanos. A esas alturas, Francisco ya no era Francisco, era Paco. Y siempre tuvo una premonición, quién sabe si andaluza o gitana, con ese hermano de vida: «Camarón», le decía a su amigo que tampoco se llamaba ya José, «ten cuidado, no hagas tonterías, que el día que tú te vayas, me voy yo también».
Estos dos fragmentos pertenecen de 'Al hijo de Lucía', el primer capítulo de Crónica jonda, editado por Libros del K.O., una road movie flamenca, que representa, según la editorial, "un viaje por España y por el tiempo, con desvíos que llevan a festivales de música en Ámsterdam y a hospitales al borde del colapso. Hay castañuelas de imitación y castañuelas viejas de ébano que suenan a duende zascandileando dentro de un tonel. Guardianes de las esencias y renovadores que siguen la estela de Camarón y Paco de Lucía con saxofón, contrabajo o con un piano tocado como si fuera guitarra, pues no hay nada más flamenco que una mano hurgando en tripa".
Un elemento clave para abordar el libro es tener claro que la autora, Silvia Cruz Lapeña, cree que ninguna música se entiende sin su contexto aunque a ratos bifurcó el camino y empleó el flamenco para descifrar el país en el que vive y a sí misma.
La obra, que cuenta con las ilustraciones de Martín Elfman, consta de 216 páginas de una crónica jonda sobre el mundo flamenco.
¿Quién es Silvia Cruz Lepeña?
Silvia Cruz Lapeña (Barcelona, 1978) emigró del norte al sur cuando era cría. En Baena (Córdoba) le crecieron las piernas y el amor por el flamenco. Empezó a escribir sobre lo jondo ya de vuelta en Barcelona y cuando alguien le pregunta por qué lo hace, hace suya la respuesta que da Manuel Alcántara a quienes le inquieren por su afición al boxeo: "No es porque me guste, es porque me interroga." Le pasa igual con su oficio. Ha publicado en ABC, La Vanguardia, El Español, Rockdelux, Altaïr Magazine, Ctxt, Deflamenco o Vanity Fair sobre política, sociedad, crimen o cultura. Ha tenido otros empleos sin dejar de ser periodista o para poder serlo. De lo único que se arrepiente es de haber pensado alguna vez en dejar de tomar notas.