Un gran descubrimiento: Santiago Ambao y 'La Estafa'
Un thriller fresco, entretenido, con giros sorprendentes y que se lee de manera ágil
La búsqueda de sus orígenes determina la vida de Ariel, el protagonista de La Estafa (Barrett), una novela del escritor argentino Santiago Ambao que cuenta con la cubierta de Angélica Livora Chang. Un thriller fresco, que se lee de una sentada, que va directo y que nos sorprenderá con sus giros.
La sinopsis nos detalla que, tras la muerte de sus padres en un accidente de tráfico, Ariel descubre entre sus pertenencias una caja de zapatos donde escondían, en fajos de billetes de quinientos bien apretados, doscientos mil euros. Ariel comienza entonces a indagar en el origen de un dinero que él intuye ilícito. Ese es el punto de La Estafa.
Eso es un guiño. Eso y la muerte de sus padres que lo escupió a un universo distinto. A uno en el que estaba por primera vez solo. Profundamente solo. Y ahí también había un punto importante. No era apenas la vieja nostalgia por las calles adoquinadas o la certeza del guiño latente.
La EstafaUna novela entretenida, que deja buenos momentos para la reflexión y que nos lleva junto a Ariel a su Buenos Aires natal, en busca de pistas sobre sus orígenes. Necesita responder a preguntar existenciales que le martillean y para encontrar respuestas rompe con todo, con su pareja, con sus compañeros, en una compañía de teatro, y decide cruzar el charco con esa obsesión de saber qué hicieron sus padres y cómo consiguieron ese dinero que él encontró oculto.
Descubrir a Santiago Ambao nos ha dejado un buen sabor de boca al encontrarnos con una novela breve para combinar a la perfección con lecturas más densas.
Así comienza...
Ariel ve, a través de la rendija de la ventana, a dos hombres vestidos de jean y remera. Uno es bastante alto, aunque el petiso tiene hombros anchos. No llega a distinguir sus expresiones, pero es lo mismo: los imagina con cara de pocos amigos. Acaban de salir de un Fiat Duna que alguna vez fue negro. Caminan en dirección a la puerta de su casa. Y él se pregunta cómo pudo meterse en aquel quilombo. Con lo fácil que hubiera sido hacerse el otario, agarrar la plata e irse; pero lejos, a la India o a Brasil, y dejar de una vez esas obsesiones idiotas por el pasado de su padre y el origen de ese dinero y las ganas de ser actor. Pero no, tuvo que volver a Buenos Aires.