Manel Loureiro abre La Puerta a una potente novela negra ambientada en Galicia
El escritor gallego crea una misteriosa atmósfera en un thriller de lo más adictivo
Manel Loureiro no deja de sorrendernos. Cada nueva novela se convierte en un paso más allá de lo que esperamos de un autor que se convirtió en su día en el primer español en liderar durante una semana el top de ventas de Amazon en Estados Unidos .
Tras su Apocalipsis Z , El último pasajero , Fulgor o Veinte , ahora le ha llegado el turno a La Puerta ( Planeta ), thriller un potente —aparca en esta ocasión la ciencia ficción— ambientado en su Galicia natal. Los mitos y leyendas de la tierra de las meigas reviven en una novela que te atrapa desde las primeras páginas.
Y entonces vi a la chica, al otro extremo de la formación rocosa. Pese a toda mi experiencia, no pude evitar que me temblasen las rodillas. No puede ser
La puertaLoureiro , uno de los cinco autores españoles que no puedes dejar de leer , firma una historia perfectamente ambientada, entre la magia de Galicia y la atmósfera de intriga que envuelve toda la novela. El asesinato de una joven siguiendo un antiguo ritual es el punto de partida de una investigación contra el reloj para resolver el caso y tratar de salvar la vida del hijo de la agente Raquel Colina.
Entre los contrastes de esa Galicia rural y el nuevo mundo tecnológico, no hay momento para la tregua. Con un ritmo intenso, adictivo, no pararás hasta conocer el desenlace de una novela que cuenta con una excelente trama.
El autor confiesa que "muchos de los lugares que aparecen en el libro existen, así como varios de sus protagonistas. A la mayoría se les ha cambiado el nombre, por motivos obvios. Parte de los eventos que se narran en esta historia han sucedido en la realidad. Algunos de ellos aún continúa teniendo lugar. Ahora mismo ".
Fiel a su estilo narrativo, con unas descripciones muy cuidadas, pero sin perderse por las ramas, el escritor pontevedrés nos mantendrá expectantes durante el par de días que nos durará La Puerta .
Así comienza...
El cielo no había parado de descargar agua en las últimas sesenta y dos horas. No era una llovizna fina, ni una serie de chaparrones espaciados, sino una lluvia densa y constante, con gotas grandes y pesadas que impactaban como balas de fusil en un suelo ya empapado durante horas, sin tregua. El agua corría por los tejados, chorreaba por las paredes y transformaba las cunetas en riachuelos salvajes que salpicaban espuma blanca cada vez que tropezaban con un atasco de ramas y piedras arrastradas por la corriente. Cuando el todoterreno del servicio de mantenimiento de la base, su conductor se tuvo que esforzar para vislumbrar el camino entre la catarata de agua que se derramaba por el cristal delantero del vehículo. Los limpiaparabrisas casi no daban abasto para evacuar todo el chaparrón que se deslizaba sobre el cristal. Por si no fuera suficiente, el frío del exterior, que mordía con fuerza, hacía que el vaho de los dos ocupantes del todoterreno empañase las ventanillas, aislándolos casi por completo del mundo de ahí fuera.