Enjambres, una novela apocalíptica con crítica social y confinamiento
Una misteriosa plaga de insectos está arrasando una sociedad enferma de egoísmo y violencia
Cuarta obra de Edgar Borges de la que damos buena cuenta en Más Leer. Al escritor venezolano lo conocimos con La ciclista de las soluciones imaginarias, un libro próximo al cuento para adultos que realiza una reflexión sobre elementos habituales de la sociedad como el matrimonio o la burocracia.
Después nos acercaríamos a La niña del salto, una original invitación a jugar con los sueños del ayer para olvidar los males del presente. Otra de las obras de Borges, El hombre no mediático que leía a Peter Handke, fue incluida dentro de nuestros libros de la semana. En esta ocasión nos encontrábamos ante un juego literario de un hombre que realiza una investigación sobre la obra del escritor austriaco.
Y tras estos tres libros llega Enjambres (Altamarea Ediciones), una novela que nos presenta una realidad apocalíptica no muy alejada de los tiempos que parece que se avecinan. Escrita antes de la pandemia, Enjambres narra, curiosamente, un confinamiento, el de cinco jóvenes que pasan son particular cuarentena, siguiendo las indicaciones de sus padres, en una casa en el bosque porque la ciudad está en guerra.
Una sociedad enferma de egoísmo y violencia -¿os suena?- combate contra una misteriosa plaga que arrasa con la vida por allá por donde pasa. Una crítica social a la realidad que está viviendo un mundo que se acerca de manera suicida al fin de su historia.
Mientras que los adultos luchan contra el caos, la soledad y el delirio, los jóvenes intentan encontrarle un sentido a la existencia en el mundo que pinta Edgar con su particular narrativa. El zumbido de los insectos y el sonido de la muerte en una sociedad fragmentada en enjambres. Una reflexión en un sistema social con mucho ruido. Una novela breve, de lectura ágil, compuesta por capítulos cortos, preguntas existenciales y frases que buscan verdades.
Así comienza...
Antes de abrir la puerta, María José miró nerviosa a su alrededor; los golpes eran insistentes, hasta cinco veces se repitió un toque rápido y preciso. La angustia podría convertir las paredes en formas infinitas, en sonidos interminables. El calor complicaba el momento, los mosquitos también.
No era normal esa temperatura a comienzos de diciembre, pero últimamente nada era normal en la naturaleza ni en la vida de las personas. Cuatro paredes, cuatro pasadizos o cuatro cuevas. Múltiples formas observadoras parecían vigilar los movimientos de la chica: ella tenía muchas razones para sudar. ¿Qué nervios podrían resistir la paciencia de lo inanimado? Al quinto toque, María José abrió la puerta; era el padre, el único visitante posible. Cada martes le correspondía llevar las provisiones de la semana; que el padre llegara antes de las diez de la mañana tampoco era frecuente.