El eterno placer de leer a Jordi Sierra i Fabra
La verdad oculta es la última novela del prolífico autor nacido en Barcelona
Desde que hace más de tres décadas leímos por primera vez a Jordi Sierra i Fabra, muchos han sido los libros disfrutados de este escritor nacido en Barcelona en 1947. Un autor de lo más prolífico que siempre deja huella con sus historias. La verdad oculta (Roca Editorial) es la última novela de un auténtico maestro de la narrativa.
La voz del consultorio radiofónico de Elena Francis tenía, a veces, un tono de rigor todavía más acentuado. Un poso de inequívoca convicción capaz de vencer las resistencias más difíciles
La verdad ocultaBarcelona, escenario por el que transitan muchas de sus historias, es el lugar por el que camina una novela escrita en dos tiempos (1959 y 1992). Con una gran dosis de intriga y una importante carga psicológica, La verdad oculta nos muestra las sombras de las clases altas.
Un secreto oculto durante 32 años será investigado por Eduardo, un detective privado, que también se encargará de remover otras historias pasadas que parecían estar en el olvido. Celia, una joven huérfana que llega a finales de los 50 a la Ciudad Condal, es la protagonista de una novela que cuenta con unos personajes entrañables de los que marcan. Ambientada de manera notable, su lectura deja un poso de melancolía y sensaciones emotivas.
Así comienza...
La maleta era pequeña, de cartón, y, como tenía los cierres estropeados, la había atado con cuerdas, una a cada lado. El asa, también rota, había sido sustituida por un puente entre las dos cuerdas laterales. No pesaba, porque la ropa era mínima, pero de tanto cargarla ya tenía la mano roja y dolorida por el roce. Con el otro brazo, a la altura del codo, levantando el puño hacia arriba, sostenía el hato hecho con un gran pañuelo de tela negra, con los cuatro bordes anudados. Abultaba y era, más que nada, incómodo. Así que, entre la una y lo otro, bastante tenía con seguir su camino.
—La casa está cerca de la estación. A pie, diez minutos —le habían dicho.
Llevaba veinte y tuvo que parar para subirse las solapas del abrigo al arreciar el viento. Cuanto más viento, más frío.