Un viaje por la vida y por los paisajes que pintó Dalí
Con la novela Querida gris, de Sílvia Soler. Una historia sobre la identidad, el legado familiar y los orígenes
La portada de Querida Gris (Catedral) es toda una declaración de intenciones. La imagen simula el cuadro de La chica en la ventana, de Salvador Dalí, una obra que jugará un papel importante en la novela de Sílvia Soler. También el pintor, uno de los grandes del surrealismo, está muy presente a lo largo de una historia que viaja por esos paisajes a los que dio vida el genio de Figueras.
La vida de una mujer mexicana cambia en apenas unos meses tras quedarse sin trabajo, perder a su padre y acabar la relación con su marido. Buscando un cambio, decide viajar hasta Cataluña, la tierra de sus antepasados. El exilio se convierte en uno de los temas de un libro que también aborda cuestiones como el legado familiar (por las páginas también aparece un chal presuntamente pintado por Dalí y perdido durante la Guerra Civil), los orígenes y las señas de identidad.
Nuestra Gris se ha dejado seducir por Catalunya y ahora se pasa el día hablando de los Romeu. Pau por aquí, Joan Antoni por allá, que si el chal de Dalí... Estoy harta
Querida GrisGris es el nombre de la protagonista, de esa mujer que tiene que reinventarse tras encontrarse a la deriva. La guerra llevó a su abuelo a México en 1939 y ahora ella decide recorrer el camino a la inversa, desembarcando en un lugar totalmente nuevo para ella. Al mismo tiempo, Gris no pierde el vínculo con sus raíces y mantiene correspondencia electrónica con su hermana, que se queda viviendo en México. Una vuelta a las raíces, a los orígenes, pero sin desprenderse del pasado.
Una ficción ligera, de las que gusta a lectores que no buscan historias donde pasa de todo en cada página. Bien narrada, directa, sin grandes pretensiones y con muchos momentos para la reflexión y la melancolía.
Así comienza...
Dicen que las experiencias más estresantes que puede sufrir una persona son —el orden depende de cada caso—: la muerte de algún ser querido, un divorcio, perder el trabajo y hacer una mudanza.
Durante el primer trimestre del año murió mi padre, mi marido dio por finiquitada nuestra relación y no me renovaron el contrato en el trabajo. Así pues, solo me faltaba la mudanza para tener un póquer de ases.
Y, aun así, lo único que me apetecía era, precisamente, mudarme. Marcharme. Marcharme era el único camino que se abría ante mí en aquellos días de tristeza, una tristeza líquida y tibia, que me inundaba sobre todo enl os atardeceres y me dejaba abatida, como si de repente la ropa me pesase muchísimo.