Últimas noches del Edificio San Francisco, un paseo por el Tánger de los escritores
Blanca Riestra es la autora de una novela que ha sido galardonada este año con el Premio de Novela Ateneo de Sevilla
La vida cultural y nocturna del Tánger de finales de los años 50 se convierte en protagonista de Últimas noches del Edificio San Francisco (Algaida), novela que ha sido galardonada este año con el prestigioso Premio de Novela Ateneo de Sevilla en su edición número 52.
Ambiente bohemio y de libertad
La libertad que respiraba Tánger en aquellos años enamoró a muchos intelectuales que llegaban a la ciudad para disfrutar de ese ambiente bohemio y esa mezcla cultural tras los años como protectorado internacional. Y allí se fueron muchos a escribir y a vivir, tal vez demasiado rápido, tal vez sin mirar al futuro.
Blanca Riestra (en la imagen) es la autora de este viaje por el Tánger de los escritores. La escritora gallega (A Coruña, 1970) también tiene entre sus obras títulos como La canción de las cerezas, Anatol y dos más, Madrid blues, Vuelo diurno o Todo lleva su tiempo. En el caso de Últimas noches del Edificio San Francisco nos encontramos con esas últimas noches del paradisiaco Tánger antes de pasar a ser ciudad marroquí. Aquellas últimas noches llegaban a su fin y con ellas se apagaba una época de esplendor.
La leyenda cuenta que Hércules desgarró África de Europa con sus dos manos creando el estrecho de Gibraltar. Aquí se quedó a vivir después de derrotar a Aenteus, el marido de Tingis. Dicen que, a partir de las columnas de Hércules se abre el mar incógnito y después, quizás, los abismos y el vacío
Últimas noches del Edificio San FranciscoDe Paul Bowles a Jane Auer Bowles
Escritores como Paul Bowles o William Burroughs caminan por las páginas de esta novela. Ellos encuentran la inspiración necesaria en Tánger para escribir pero, sin embargo, autoras como Jane Auer Bowles —mujer de Paul— o Carmen Aribau no logran reencontrarse con sus letras. Entre amantes prohibidos, prostíbulos, ruletas rusas, hachís y melodías del pasado transcurre este juego de la realidad con la ficción.
Así comienza la novela
Dicen que los cantos de los muecines crean pasadizos en la atmósfera, que horadan el viento, el aire estancado, las corrientes, y que su vibración, penetrando los cerebros de propios y extraños, los transforma. También los nazarenos sentados en las terrazas, a la caída del sol, fumando ducados, luckies o bisontes, bebiendo cerveza o gin, están siendo penetrados por el espíritu del mundo aunque ellos no lo sepan. En una esquina de la rue de la Liberté, un mendigo calla y mira hacia arriba. Parece que olisquea la tarde o que espera algo, quizás esté solo contando los céntimos que lleva en un bolsillo, quizás no sea más que un comerciante de otra ciudad, que, disfrazado, disfruta fingiendo ser el otro. En la acera de enfrente, un puesto ambulante ofrece una amplia variedad de juguetes. El vendedor, apoyado en la vitrina de una pollería, en medio de la calle, también mira al cielo.