Los conjurados o los entresijos de la Revolución cubana
Alberto Guerra Naranjo firma una novela con una visión diferente sobre un período histórico importante en la isla caribeña
La novela de sus padres, de la Cuba de los años 50, la de la Revolución, con una cantidad de cameos impresionantes como los de Marlon Brando, Ernest Heminway o Nat King Cole. Así es Los conjurados (Lince), un libro finalista del Premio Torrente Ballester de Narrativa 2021 que lleva la firma de Alberto Guerra Naranjo,
Nat King Cole se veía feliz mientras cantaba El manisero; con su extraordinaria voz mantenía un absoluto control del escenario, de cada una de las mesas y de todas las áreas de Tropicana, incluidas las de la cocina, el parqueo y hasta en los baños, donde reinaba un silencio casi sepulcral
Los conjuradosNos encontramos ante una historia que nos acerca, de otra forma diferente, a un período histórico muy importante en la isla caribeña. El autor ofrece una visión diferente de la Revolución cubana. A su relato de los hechos le imprime mucho ritmo y su manera de narrar, con mucha ironía caribeña y un estilo cercano, gusta. Historia y vivencias se dan la mano en una novela de la que podemos dar buena cuenta en un fin de semana.
La sinopsis
Mientras en La Habana Nat King Cole cautiva a su público de Tropicana, Marlon Brando se deleita sin prejuicios en la madrugada y el mafioso Meyer Lansky consolida su imperio de casinos, a los pies de la Sierra maestra el guajiro Plácido Navarro lucha por su vida. El sargento Montesino, un esbirro de las tropas de Batista, lo tiene en su punto de mira, quizás más por cuestiones de faldas que por razones políticas. Pero en toda esa vaina Plácido ya se ha metido, aunque no quiera, arrastrado por Magalys, la bella conspiradora de la que se ha enamorado. Y no le quedará más remedio que echarse al monte con los barbudos, si pretende contar el cuento...
Así comienza...
A mi padre lo iban a matar si entraba al pueblo. Eso dijo el sargento Montesino, alto, para que lo oyeran todos, los que estaban de pie y los que estaban sentados, luego de sonreír jacarandoso, encender un inmenso tabaco y cruzar sobre la mesa sus piernas con botas. La orden de matar venía de arriba, de La habana, del más alto nivel, y el nombre de mi padre hizo el número dieciséis en una lista que iba dictando a su antojo el sargento, copiada por el sudoroso cabo Froilán en la Remington, muy cerca de la mesa y de las botas.