La cronología del agua
Un libro profundo e intenso en el que Lidia Yuknavitch se desnuda para encontrarse con su pasado en una historia de abusos sexuales, violencia y un intento de reconciliación
El agua como fórmula para renacer, para reinventarse, para resucitar. Agua para salvarse del dolor, de los malos momentos, de los excesos y del mismísimo infierno. Agua como pura supervivencia ante el naufragio. Agua para curar heridas y olvidar abusos, perdidas y adicciones. Agua como memoria, la de Lidia Yuknavitch, que nada por su juventud para salir a flote con La cronología del agua (Carmot Contemporánea), un libro profundo e intenso en el que la autora intenta su propia reconciliación entre letras y dolor.
La vida al desnudo en un libro que trata temas como la violencia, la sexualidad y la familia. Una infancia difícil y un recorrido vital repleto de dificultades dan vida a una historia que no dejaremos de leer, a pesar de que por momentos nos duela su contenido y, en otros, nos emocione bastante. Yuknavith (en la imagen) firma una obra que merece ser leída y reconocida. El lector no debería dejar pasarlo por alto. No es una ola más en el inmenso océano de los libros.
No es fácil abandonar un yo en favor de otro. La libertad deja cicatrices. Te puede hasta matar. O a alguno de tus yoes. Pero no pasa nada. Hay más. ¿Cuántas veces morimos?
La cronología del aguaCon escenas muy descriptivas, con pasajes muy duros, con una narrativa muy cuidada y un lenguaje directo, la autora desnuda el alma para recomponer su puzzle existencial. Drogas, alcohol, inseguridades y un viaje interior donde las luces y la oscuridad tienen su particular batalla. El agua también es uno de los grandes protagonistas de este libro. Una fuente de liberación.
Así comienza...
"El día que mi hija nació muerta, después de sostener ese futuro tierno e inerte de labios rosados en mis brazos temblorosos, mientras le cubría la cara de lágrimas y besos; después de que le dieran mi niña sin vida a mi hermana, que la besó, seguida de mi primer marido, que también la besó y luego a mi madre, que fue incapaz de abrazarla, y de sacarla de la habitación del hospital, una cosita envuelta y sin vida; después de todo eso, la enfermera me dio tranquilizantes, una pastilla de jabón y una esponja. Me llevó a una ducha especial con un asiento. El agua pulverizada cayó sobre mí ligeramente, cálida. Me dijo: 'Sienta bien el agua, ¿verdad? Sigues sangrando bastante. No pasa nada'. Abierta de la vagina hasta el recto y cosida. El agua me resbalaba por el cuerpo".