Historias simples que cautivan
Una tarde cualquiera de primavera, cuando las horas muertas van camino de eternizarse, aparecen lecturas como Un día sin Teresa (Piel de Zapa) para llevarte por esas letras que tanto acompañan a pesar de la soledad. Nada mejor que un buen libro y un té helado de Long Island para combatir los momentos de rutina.
De España, en el mes de junio en el que transcurre la historia, se puede viajar a través de las letras a Nueva York; e incluso se puede marchar atrás en el tiempo para situarnos en 1994 ante una de esas historias simples en la temática pero cautivadoras en el recorrido.
El amor, un enamorado, el juego de las dobles relaciones o, mejor dicho, dobles sentimientos, y un relato evocador marcado por esos diálogos interiores del narrador y protagonista. Ricardo G. Manrique, que estrena su condición de autor con ésta su opera prima, firma una novela muy sensorial,
El triángulo Madrid, París y Nueva York como escenarios de esos vértices del amor. Con Teresa y sin ella, con música y aromas cinematográficos de fondo, buscando el ayer y esquivando el desamor.
Un día cualquiera, en los 90, entre calles, whisky y Nirvana, lecturas que te atrapan para rescatarte de los males crónicos de la cotidianidad. Con Irene o sin ella, pero con la pasión de escribir de Manrique. Y el deseo de leer sin todo y con nadie.
“Debí intuirlo, que no me reconocerían y por eso sin motivo o conciencia aparente los abandoné a todos, los dejé de ver durante meses, no los llamé ni les hablé de Teresa, y eso que nada malo había en ella, nada de lo que avergonzarse con o sin razón, no era drogadicta, ni pobre, negra, gitana, judía, bisexual, feminista, casquivana, facha, fea, gorda, casada, madre, tonta, vulgar, inculta, malencarada, malhablada, tacaña, charlatana, retráida, nada de todo esto era, acaso un poco pija según qué punto de vista, nada grave ni siquiera para el ojo más cutre, y aun así al principio no les hice partícipes de ella…”