La decisión de leer una obra maestra
William Styron explora el alma humana entre el horror nazi en una novela inolvidable
Hoy nos encontramos ante uno de esos personajes que se instalan en el alma. La decisión de Sophie es la novela en la que se mueve ese personaje que marcará un antes y un después en el lector. El título del libro también juega un papel muy importante que sorprenderá al final de una historia creada por William Styron. Por cierto, de categoría la edición de Navona. Sobria y elegante.
Al libro, extenso en contenido y en número de páginas, hay que darle su tiempo. A veces puede hacerse pesado por esos diálogos en los que entra el autor consigo mismo, pero esta historia merece muchas oportunidades, tantas hasta que la leamos y nos descubramos ante esta gran obra literaria. Y también merece tener su lugar dentro de nuestro especial sobre libros del Holocausto.
Styron combina una parte que podría considerarse autobiográfica con otra que es producto de su capacidad narrativa. Una historia que le sobrevino en un sueño que trajo a su memoria a aquella joven polaca con la que trató de forma breve allá por el año 1947. Una bella mujer que vivió de cerca el horror nazi al pasar por varios campos de concentración.
Sophie, sin lugar a dudas, es aquella joven a la que conoció un Styron que en su novela tiene su otro yo en la figura del joven Stingo, un aspirante a escritor que se instala en Brooklyn en una casa de huéspedes que comparte con Sophie y Nathan, su pareja. La historia no se desarrolla durante el Holocausto, pero este período está muy presente durante un relato ambientado en los últimos años de la década de los 40, donde todavía permanecía instalado el miedo por todo lo que se había sufrido por culpa de la barbarie nazi.
Stingo es el narrador, el explorador del alma, el vínculo con esos otros dos vértices del triángulo de protagonistas. Es el encargado de reflexionar sobra la maldad del ser humano y el que se encarga de buscar a la verdadera Sophie.
La relación amor-odio de Sophie y Nathan -encantador a veces, desafiante y maltrador en otras ocasiones- es uno de los puntos sobre los que se apoya una novela que, además de mostrarnos la sinrazón de los campos de concentración, también habla de esas nuevas experiencias que iban apareciendo en aquellos tiempos. El racismo, las drogas y la libertad sexual son elementos extras de una narración redonda en la que el autor consigue transmitir el horror y sufrimiento de aquellos millones de inocentes que padecieron el terror impuesto por Hitler y sus seguidores.
“Si Sophie hubiera sido solo una víctima -desamparada como una hoja arrastrada por el viento, un átomo humano, una persona sin voluntad, como tantísimos semejantes suyos que corrieron la misma suerte-, habría parecido meramente patética, uno de tantos seres extraviados y echados a Brooklyn por la tempestad, sin secretos que necesitaran ser revelados. Pero el hecho es que, en Auschwitz (según ella me fue confesando aquel verano), fue una víctima, sí, pero también una cómplice, un accesorio -por casual, ambigua y desprovista de propósitos definidos que fuese su postura- de los asesinatos en masa, cuyos morbosos y vaporosos residuos emanados de las chimeneas de Birkenau veía ella subir hacia el cielo en espiral cada vez que contemplaba las secas praderas otoñales desde las ventanas de la buhardilla de la casa de su cancerbero, Rudolf Höss”.