Es extraña la amistad
Javier Puebla es el autor de un sorprendente thriller que nos regala una notable aventura lectora
¿Lograrías reconocer después de quince años al que fue tu gran amigo? ¿Es posible que te lo encuentres por la calle y no logres reconocerlo? Eso es lo que le ocurrió a Sam (Samuel López), que no conoció a Alberto Delgado cuando iba paseando. Ambos son los protagonistas de Es extraña la amistad, un thriller que José Ángel Mañas —autor de novelas como Historias del Kronen, La última juerga o Una vida de bar en bar— ha definido como "más oscuro que el Tom Ripley de Patricia Highsmit".
Javier Puebla (en la imagen) es el autor de este trepidante thriller que nos ofrece un buen rato de lectura gracias a una notable historia. "Mientras Sam trota sin mucha convicción por el madrileño puente de Segovia, un desconocido se dirige a él y asegura ser su amigo del alma, Alberto Delgado, al que hace más de diez años que no ve. Sam duda unos minutos hasta que un comentario disipa su recelo. Alberto ha cambiado muchísimo para mejor: pertenece al cuerpo diplomático, nada en la abundancia y tiene un aspecto estupendo, incluso el mismo pelo que tenía de joven"
"Sam, por su parte, ha engordado, su descuido indumentario es completo (igual que el de su piso, donde pasa casi todo el tiempo), malvive de unos erráticos encargos laborales y debe varios meses de alquiler. En su juventud, Sam era un escultor que prometía, y Alberto, un poeta en ciernes".
Así comienza...
No fui capaz de reconocer a mi mejor amigo. Cierto que catorce o quince años sin ver a una persona es mucho tiempo, un océano de tiempo para una memoria como la mía que ya comienza a deshilacharse a causa del interminable rosario de noches en vela, excesos con el alcohol y el hachís, y horas pasadas ante el televisor y la pantalla del ordenador a causa de mi trabajo. Pero aún no sé si me falló la memoria, ese banco de datos desordenado y polvoriento que administra mi cerebro, o si fue otra la razón, pero el caso es que no reconocí a Alberto Delgado. Lo admito y confieso y a la vez no me lo creo, pues, aunque en catorce o quince años un hombre pierde pelo, gana peso, se le aflojan los músculos, se le agarrotan los huesos y su mirada pierde brillo, no reconocer a Alberto era algo absurdo e incomprensible que me dejó sumido en el más absoluto estupor y desconcierto durante muchos días, semanas enteras, porque Delgado era, lo fue durante muchos años y jamás ha sido sustituido en mis afectos por ningún otro, mi amigo del alma, mi mejor amigo.