Cuando Fidel Castro llamó a Dios
Por su toque de originalidad, por esa mezcla tragicómica en la que la sátira se convierte casi en un protagonista más, por el juego de las letras con la historia, por su profunda reflexión de fondo y por la gran edición de Funambulista con un formato muy coqueto, por todos estos motivos te aconsejamos una parada en La tragedia de Fidel Castro, una novela divertida y de lo más peculiar obra de João Cerqueira.
¿Es posible que una misma novela se encuentren Fidel Castro, John Fitzgerald Kennedy, Dios, Cristo y Fátima para hablar sobre las relaciones de amor y odio de Estados Unidos y Cuba? Aunque el autor se encarga al inicio de la novela de dejar claro que todo forma parte de la ficción y que los personajes principales no tienen nada que ver con sus homónimos, hay muchos guiños durante el relato que acarician la realidad.
Por el estilo narrativo, por el uso constante de metáforas, por esa sátira política y social realizada, no es un libro fácil para leer. Pero para nada juega en contra de La tragedia de Fidel Castro. Con los argumentos expuestos, Cerqueira firma un atractivo libro donde destaca su manejo de la ironía y la forma de llevar a un terreno más cómodo los grandes problemas de la humanidad.
Aunque está claro que el libro es una crítica aguda al comunismo, el autor no abusa de la cuestión política. La historia comienza con una llamada de Fátima a Dios para que trate de evitar la guerra entre Cuba y Estados Unidos. Dios, que nada tiene que ver con el creador del hombre, acaba mandando a su hijo para que intente resolver el conflicto.
“Jesús compartió sus inquietudes con Fátima, la cual conocía bien tanto la psicología humana como la divina y se esforzó en alentar la confianza en sí mismo del Salvador recordándole las muchas ocasiones en las que había demostrado sus dotes para la oratoria: el debate teológico con los doctores del tempo del que había salido vencedor siendo aún un chiquillo; el Sermón de la Montaña acerca de ofrecer la otra mejilla al que nos hiere; la expulsión, algo violenta, todo sea dicho, de los mercaderes del templo; las lecciones de humildad dada a los ricos; etc. ¿Quién había dicho por primera vez que había que amar a los enemigos? Ese tal Gandhi no era más que un imitador barato, y Mandela, aún peor”.