Canto por la libertad
Cuando al final de una historia encuentras en tu interior el vacío que te ha dejado su lectura es la señal inequívoca de que has estado ante un buen libro. O al menos ante un libro que te ha llegado muy dentro.
Personalmente, me rindo ante esos títulos que tienen esa capacidad de hacerte sentir. Aunque a veces el sentimiento sea de tristeza, melancolía y soledad.
Un millón de ruiseñores (Malpaso Ediciones), de Susan Straight, es una historia sobre la esclavitud en mayúsculas. Moinette es el nombre de la protagonista, un objeto en manos de una de las familias adineradas de la Louisiana de los años previos a la guerra de los Estados Unidos. Una joven que además de también tiene que obedecer a las exigencias sexuales de uno de sus amos.
Un personaje de esos que te llegan a las entrañas solo de imaginar la crudeza de vidas similares. Con el silencio como escudo tuvo que sobrevivir a la privacidad de libertad, a la tiranía de aquellos que se veían con el poder de dirigir a seres humanos.
Un relato conmovedor narrado con intensidad y gran dramatismo. Un reflejo de sociedades pasadas criadas en el abuso y el racismo. Un millón de ruiseñores destaca por el desgarro y por la reflexión, por la historia que cuenta y por la sensación que deja pensar que en un tiempo no tan lejano el hombre se adueñaba de la voluntad de una forma tan despiadada.
Moinette deja huella en el lector, por lo sufrido y por ese pequeño aire de libertad tan dulce como la plantaciones de caña de azúcar del libro de Susan Straight.