Canijo o la crudeza de la literatura yonqui
Fernando Mansilla retrató como nadie unos años 80 donde la heroína y la cocaína marcaban el ritmo de muchos barrios
Quien escribe estas líneas creció en los años 80 en un barrio de clase obrera donde algunos jóvenes movían droga para arriba y para abajo. Muchos de ellos cayeron presos de una heroína que se llevó a algún que otro amigo. Con esa realidad, acercarme a Canijo, el libro que escribiese Fernando Mansilla sobre un barrio de la Sevilla de principios de la década de los 80, es volver de alguna forma a sentir la crudeza del pasado a través de esta literatura yonqui que entra con tanta fuerza.
Una novela dura, durísima, con unos personajes, paradójicamente, con mucha vida, que ha sido rescatada por Editorial Barrett. Extraordinaria es la cubierta de Pablo Peña que retrata las venas abiertas de ese submundo de una ciudad que también se vio golpeada por los años en los que la heroína iba escribiendo su propio guion. Entre papelinas e ilusiones frustradas va caminando el miedo, la supervivencia y el honor de un barrio, de su gente, de una ciudad que trata de tomarle el pulso a aquellos años.
El libro es todo un icono este icono de la escena underground de la capital hispalense. Un retrato vivo y certero de una época, de una realidad que circula por las páginas de esta historia que cuenta con unos personajes que atraen. Adictiva, ágil, bien escrita. Mansilla (en la imagen) recrea a la perfección un retrato extrapolable en aquellos años a cualquier otra ciudad española donde la heroína, la cocaína y otras drogas campaban a sus anchas.
El autor se acerca en esta ficción a cómo vivían los vecinos del barrio de San Julián, cómo movían la droga y cómo lograban tener dinero para consumirla aquellos que acabaron enganchados a una espiral con la muerte como una de las salidas más probables.
A pesar de ser una historia cruel, Mansilla deja también abierta la puerta a la esperanza. Al menos, a lo largo de la novela nos encontramos con mensajes vitalistas y existenciales que transmiten mucho. No dejará indiferente a nadie y extasiará a quienes gusten de este subgénero de novelas grabadas a sangre y fuego y marcadas por la literatura yonqui.
Así comienza...
Sevilla, barrio de San Julián, verano de 1982. Aterrizamos en Sevilla. La Sofía y yo. Alquilamos una buhardilla en el barrio de San Julián, en el 6 de la plaza de la Moravia. Vivíamos en la azotea de aquel edificio de tres pisos, blanco y vetusto, castigado por el sol. Yo recuerdo con agrado aquella solana maldita, las macetas de geranios, las duchas con manguera en el terrado, las tumbonas donde nos derretíamos al sol, las tetas de Sofía. En aquella buhardilla me pegué yo buenos atracones de esperarte, me cago en mí, Sofía ,porque mira que he pasado yo ratos esperándote. Esperar mujeres. Esperar hombres. Esperar cosas.
Esperar que a las musas se les ocurra soplarte en la cara un día de estos. Esperar a Sofía. Mal asunto. No me gusta esperar, me pongo malo.