Amigos para siempre, la última gran fiesta de Daniel Ruiz
Una divertida historia coral sobre un grupo de amigos que se niega a envejecer
El escritor sevillano Daniel Ruiz, autor de novelas como Todo está bien, La gran ola, Maleza y El calentamiento global, ha reunido a un grupo de amigos desde el instituto para celebrar el medio siglo de vida de uno de ellos. La fiesta tiene nombre: Amigos para siempre (Tusquets), y el resultado final es una entretenida novela con buena música de antes y numerosas sorpresas.
Un retrato de una generación que no quiere envejecer, pero que acaba dándose cuenta de que ya nada es igual que antes. Todo ha cambiado, por mucho que se empeñen en que los cincuenta son los nuevos treinta o cuarenta. El cuerpo no aguanta igual el ritmo y aunque los recuerdos siguen siendo los mismos, todos hemos cambiado.
Y estos amigos se van dando cuenta durante la que prometía ser una fiesta por todo lo alto y que acaba convertida en una inolvidable (todavía no se me va de la cabeza la imagen de la pobre vecina), dejémoslo ahí, velada.
Entre la supuesta gran amistad del grupo de amigos aparecen rencores, rencillas del pasado, secretos, el perro de los vecinos y una polla muy grande que también dará su juego junto a una pistola muy especial y un aparato rojo. La cosa se complica en un puticlub al que llegan sin querer queriendo y del que el grupo de amigos se larga sin pagar. Se podría decir aquello de que la noche empezó a confundirles demasiado.
Cuando la fiesta en casa de Pedro, el primero en llegar a los cincuenta, parece que va cogiendo color, una sorpresa inesperada cambia la historia y deja, literalmente, a todos con el culo al aire.
Entonces se desnudarán también interiormente y contarán cosas que nunca hubieran querido movidos por el alcohol, la cocaína y el miedo. Con unos personajes perfectamente perfilados, una trama bien estructurada y un gran manejo de la narrativa, Daniel Ruiz consigue atraparnos en esta divertida historia que beberemos como el mejor de los champanes.
Amigos para siempre...
Quedan regalos, mucho alcohol y bastantes horas por delante para poder estropear más las cosas. Luci está borracha, a estas alturas ya no es un leve mareo. Le da por ponerse así, agresiva, a la defensiva, y sobre todo muy ordinaria. Marcelo se consideraba una persona abierta de mente, de talante progresista, comprensiva. Igual, si se lo hubiera sugerido, habría sido él mismo quien le regalara el succionador. Era una evidente falta de confianza, la muestra de que habitaban planetas distintos, al menos planetas sexuales separados. Es cierto que el pequeño Lito no ayudaba, estos últimos años de desgaste en la crianza de un niño cuyo manual de instrucciones resultaba cambiante e impredecible, que parecía reescribirse cada mañana, habían sido especialmente difíciles. Era complicado que, al acabar el día derrengados sobre la cama, alguno e los dos tuviera el ánimo o siquiera el interés para abrir la puerta a la caricia y el deseo.