Terral, un thriller frenético y asfixiante
Sergio Sarria firma una novela coral que nos llevará entre Málaga, Melilla, Algeciras y Bruselas
Un thriller que nos transmitirá sensaciones de agobio, calor asfixiante y ansiedad a un ritmo frenético y trepidante. Terral (Espasa), una novela de Sergio Sarria en la que se puede apreciar a la perfección sus dotes como guionista de series de televisión. La narración es muy visual y la acción nos llevará entre Málaga, Melilla, Algeciras y Bruselas.
Una novela coral, donde una de las protagonistas también tuvo un papel importante en Cuando nadie nos ve, el anterior libro de este autor nacido en Málaga en 1979. Los diferentes personajes nos van acercando, desde diferentes puntos de vista y posicionamientos, a una historia muy bien hilvanada.
Cada capítulo es un día de terral que va transcurriendo. También quedan explicadas las localizaciones y la hora en la que van sucediendo los hechos. Sarria tira durante la novela de ese humor negro que se agradece cuando es empleado en su justa medida. Tampoco abusa de capítulos largos y eso siempre aporta frescura a la lectura.
La historia comienza en agosto de 2018 en la capital de la Costa del Sol. Durante una semana va transcurriendo la trama que tiene como eje principal la aparición de un cadáver decapitado que pertenece a un joven magrebí. En la frente de la víctima se puede leer la palabra traidor en árabe. Este es el punto de partido del que tendrá que tirar la teniente Lucía Gutiérrez, con serios problemas en su vida personal y que se enfrentará a otro segundo cadáver pocos días después.
Un libro, no nos gustaría pasar por el alto el detalle, que está dedicado a "los fallecidos en la tragedia de la valla de Melilla el 24 de junio de 2022".
Así comienza...
K falleció hace dos días. Debió de ser sobre esta hora, las doce y cuarto del mediodía, pero no fue hasta hace apenas cinco minutos cuando P se dio cuenta de que estaba sin pulso, agarrotada y con los ojos abiertos de par en par. Aquel descubrimiento le trastornó por completo. Sabía que el próximo sería él. Aunque estaba aterrorizado, entendió que lo mejor era no decir nada. Disimular. Con las pocas fuerzas que le quedaban, P empezó a silbar, como si a su lado no hubiera una difunta que olía a podrido y el frío no atenazara sus labios.
Todas las muertes son absurdas, aunque es probable que la de K lo fuera especialmente.