Un personaje inolvidable: El esplendor de la señorita Jean Brodie
Todo un clásico de la literatura británica. Una historia de Muriel Spark sobre un internado de jovencitas
Una de esas profesoras que marcan es una de las protagonistas de una historia que ha sido considerada por The Guardian como una de las cien mejores novelas de la historia. Un personaje femenino de los que dejan huella y que forman pate de El esplendor de la señorita Jean Brodie, la novela de Muriel Spark (nacida en Edimburgo en 1918) que ha sido editada por Blackie Books con traducción de Laura Ibáñez.
La historia nos lleva hasta el Edimburgo de los años 30 para conocer el internado Marcia Blane, donde la señorita Jean Brodie se encarga de liderar un grupito de seis alumnas con las que habla de la vida. Hasta aquí sería algo normal de no ser por la edad de las estudiantes, todavía muy pequeñas para conocer sobre amoríos, seducciones y sexo.
Pero el personaje de la señorita Brodie tiene un potencial tremendo, tanto que influye sobre sus alumnas y abduce a los lectores, que al final se dejan llevar por esas enseñanzas algo ortodoxas que llevarán a las niñas a convertirse en mujeres. No es una docente para nada convencional, ni siquiera es empática, pero logra conectar e iremos viendo la evolución de las jóvenes y la fascinación que van teniendo por cuestiones como el arte o el sexo.
Reuniones clandestinas donde se va forjando la amistad de un grupo que parece indestructible hasta que aparece la siempre temida traición. También en el recorrido por la historia veremos cómo van cambiando los tiempos, la política o las actitudes religiosas. La novela está perfectamente estructurada y Spark etiqueta notablemente a cada uno de los personajes principales. Aguda e ingeniosa, la soledad y la tragedia también forman parte de una obra que se lee de manera ágil y que nos trae recuerdos de algunos de esos maestros y maestras que tuvimos en tiempos pasados.
Así comienza...
Los chicos, mientras hablaban con las chicas de la escuela Marcia Blaine, se parapetaban detrásde sus bicicletas agarrando el manillar, lo que creaba una barrera protectora velocipédica entre los sexos y la impresión de que iban a marcharse en cualquier momento.
Las chicas no podían quitarse su sombrero panamá porque no estaban lejos de la entrada de la escuela, e ir con la cabeza descubierta contaba como falta. Se hacía la vista gorda con ciertas desviaciones en la correcta colocación del sombrero en el caso de las niñas de cuarto de secundaria en adelante, siempre y cuando no lo llevaran ladeado. Pero había otras sutiles variaciones en la norma general de llevar el ala subida por detrás y bajada por delante. Las cinco muchachas, que estaban muy juntas a causa de la presencia de los chicos, imprimían al sombrero su sello distintivo.