Punki, más que una historia de amor
Juarma firma uno de esos libros que te golpean y sorprenden, que te bloquean y hacen pensar
Y tras Al final siempre ganan los monstruos, llegó Punki, mucho más que una historia de amor. Un canto a la esperanza a pesar de su dureza. Narrada en primera persona, es imposible no empatizar con un personaje de los que dejan huella. Una trama que atrapa, que te pellizca el alma, que por momentos te desgarra, pero que no podrás abandonar. Uno de esos libros que te golpean y sorprenden, que te bloquean y hacen pensar. Literatura que araña.
"Álex y Paula –apunta la sinopsis– se conocen desde niños. Han compartido juegos, castigos, litronas y el sueño de crecer y largarse de Villa de la Fuente. Son un refugio el uno para el otro, lo que consigue florecer en un pueblo invadido por lo feo, la desgracia y lo doloroso. Quieren decirse muchas cosas, pero las palabras le quedan grandes, así que se graban casetes. Hacen planes mientras todos duermen".
Juarma, en la imagen, es el autor de un libro editado por Blackie Books. Será fácil identificarnos con su contenido y nos veremos reflejados en el espejo de algunos capítulos. Una novela sin edulcorantes ni artificios. Un retrato canalla de una sociedad, una época y una España olvidada. Literatura profunda de la periferia para ofrecernos las miserias y odios del ser humano. Todo aderezado con una alta dosis de amor y una buena organización en una historia perfectamente edificada. Uno de esos libros que llega para quedarse.
Así comienza...
Al poco de cumplir catorce años, recién terminada la EGB, papá me dio una paliza. Solía irme con Polly al Nacimiento. Allí nos juntábamos con algunos heavies y punkis de Villa de la Fuente, mayores que nosotros. Nos gustaba estar con ellos, escuchar sus batallitas, porque nos sentíamos menos raros que con la gente de nuestra edad. Esa tarde de verano de 1995, mientras estábamos sentados en los poyetes de la Presa Grande, apareció papá con mi hermana Ángela, que tenía nueve años. Venían de buscar cangrejos. Ángela sujeta la bolsa de plástico con los cangrejos todavía vivos con asco y repulsión. Las tardes que papá salía a la calle, mamá le endosaba a Ángela, tal como hacía conmigo cuando era más pequeña, con la ingenua esperanza de que no se emborrachase y llegase a las tantas de la noche a la vivienda de protección oficial donde residíamos montando escándalos y amenazando con meternos un tiro con su escopeta de caza.