La ingeniosa confabulación
Ignacio Miquel firma una novela que destaca por el sarcasmo, el humor y la filosofía de su protagonista
"Describir la realidad es como tratar de enhebrar una aguja con tenazas". No es, por lo tanto, una tarea fácil. Pero, a pesar de ello, Ignacio Miquel (imagen inferior) lo consigue en Las confabulaciones. Con las tenazas logra pasar por la aguja de la realidad, o ficción, una novela que cuenta con unos elementos narrativos de lo más cuidados.
Con una peculiar manera de contar y vivir las cosas, el protagonista va narrando, no sin altas dosis de comicidad, su vida, sus intimidades y esa realidad o ficción (es uno de los juegos literarios del autor), tanto laboral como afectiva, que le rodea.
Y aunque Julián, que así se llama el susodicho en cuestión, nunca pierde el humor, también nos llevará a la reflexión y aprendizaje a lo largo de una novela de lo más peculiar debido a un personaje con el que el lector aprenderá a mirar la vida desde otras perspectivas.
La irrupción en escena de Olga había venido a alterar el pequeño drama que se representaba en el teatrillo del barrio de mi vida
'Las confabulaciones'La filosofía de vida de Julián está claro que no dejará indiferente al lector que se acerque a una novela de lo más ingeniosa y sarcástica. Una vez más, la editorial Drácena vuelve a demostrar su gusto literario al apostar por la edición de esta delicatessen.
Aunque las particularidades especiales de la vida de Julián, huérfano de padre y con relaciones de montaña rusa con su hermana y madre, invitan inicialmente a pensar en un relato más próximo al drama, lo cierto es que el libro nos dejará muchos momentos de risas con las ocurrencias de un protagonista-narrador que llena por completo la novela gracias a, parafraseando un párrafo de la misma, "saber elegir las palabras, las imágenes apropiadas y ver donde nadie ve. El olfato periodístico se parece mucho a la perspicacia poética". De uno y de lo otro encontraremos en Las confabulaciones.
La crueldad del tiempo
"Lo siento, por más que lo intento, no puedo concebirla decrépita. Cuando trato de imaginar un hipotético futuro en su compañía, veo a un encorvado viejecito que camina renqueante del brazo de una lozana pelirroja, a la que en vano trato de pintar una cana o una arruga en sus rasgos desleídos. El tiempo, tan cruel con los seres queridos de carne y hueso, solo parece respetar a los pretéritos y mitificados objetos del deseo, que suele conservar en la memoria con la vaguedad de un favorecedor sfumato.