Esa vida que no es mía
Leonor Paqué es la autora de una novela que despertará nuestras pasiones
Esa vida que no es mía es uno de los ejemplos que demuestran que en la autoedición —en este caso nos encontramos con una obra que ha sido publicada con el sello Latiovisual Cultura, una asociación sin ánimo de lucro dedicada a la gestión cultural— también nos encontramos con novelas que atrapan y enganchan. No hace falta contar con una gran editorial detrás para llegar al lector. Tan solo es necesario tener una buena historia y dejar que fluya. El boca a boca se encargará de la conexión posterior.
Una obra que cuenta con unos personajes femeninos marcados por el carácter, unos diálogos que aportan frescura a la lectura y un final que nos sorprenderá. La novela nos hará reflexionar, entre deseos, sueños y fantasías, con ese pensamiento de ser otra persona que alguna vez nos ha podido rondar por la cabeza.
"Una ventana. Tras ella, una profesional independiente y libre accede a una pasión amorosa furtiva que, encuentro tras encuentro, sacude y trastorna su controlada vida emocional", apunta el primer párrafo de la contraportada.
La cuarta novela de Leonor Paqué
Leonor Paqué (en la imagen) es la autora de una novela que nos dejará buenos momentos. Nacida en Bilbao en 1963, también ha escrito Una mujer de nada (2010), En sus tibias manos (2015) y Lo que callamos. Esa vida que no es mía es una narración que tiene una huella muy personal y que habla sobre cómo se relacionan las mujeres entre ellas. Del mismo modo retrata la manera que tienen de amar a los hombres. Formas de amar, de decir (o no) te quiero.
"Al otro lado de la esa ventana, una testigo involuntaria de las citas clandestinas se ve trabada en la relación de los amantes, y asiste fascinada a la alteración que provoca en su propia existencia, humilde ama de casa en edad madura".
Con una gran carga de erotismo, una buena ambientación y una prosa con mucha sensibilidad, la amistad y el amor se entrelazan para despertar nuestras pasiones entre el suspense y el deseo.
Así comienza...
Ha escuchado tal grito, largo, de mujer, que ha parado en seco de remover las patatas, a medio freír en la sartén ennegrecida. Observa embobada como se desprende la cáscara del diente de ajo añadido a las grandes lajas de patatas, atenta a si se repite el bramido, que no le ha parecido de angustia.
Envuelta en el vapor grasiento que la campana extractora no absorbe del todo, percibe entre el crepitar de la fritanga un gemido femenino. No lastimero. Más como un ahogo creciendo hasta alarido, explotado, sin intención de acallarlo, reventado como la pompa de aceite que salta desde la hornilla y le quema la mano, cerca del reloj. Reprime un lamento. Pone la muñeca bajo el grifo, con cuidado de que el chorro no alcance la correa cuarteada que sujeta la esfera con números dorados y es, mientras seca con una bayeta el aceite que se ha escurrido desde la paleta con que machaca la cena, el momento en que le han venido a la cabeza las bestias, allá en su pueblo, cuando se ponían en celo. Eso era: una hembra desbocada.