Para bohemios y soñadores
Llamarás un domingo por la tarde, una novela de Javier Cid sobre la crisis de los 40, el amor (o desamor) y los males de la sociedad actual
¿Cuántas veces te has encontrado con un libro que parece que está contando tu vida? ¿En cuántas ocasiones te has visto reflejado en el protagonista de una novela? Con Llamarás un domingo por la tarde (Plaza y Janés) me ha vuelto a pasar. El personaje principal es un periodista en la crisis de los 40 que se se enfrenta a ese paso del tiempo que tanto duele a los nostálgicos. Y también se mide cara a cara con el amor (o desamor). De amistades a soledades, de cuerpos perfectos que caminan tristes por el alambre de la depresión y con las redes sociales como testigos de la montaña rusa existencial en la que se encuentra el protagonista.
Javier Cid, en la imagen, escribe una entretenida y divertida historia que también tiene marcadas heridas de dolor. Una novela por la que aparecen temas como el acoso, las rupturas amorosas y el vacío general que deja la sociedad en la que vivimos. ¿Cómo puede combatir el miedo a estar solo alguien que solo piensa en estar enamorado? Un libro para las tardes de domingo o para esos días en los que la tristeza, la melancolía, la añoranza por tiempos pasados, llaman a nuestra puerta para recordarnos que al reloj cada vez le queda menos arena.
Pero al domingo siguiente, puede que el martes, la tentación volvía a asomarse por las ranuras de mi saloncito de Ikea y la maquinaria se ponía de nuevo en marcha: ¿Qué buscas? Y vuelta a empezar
Llamarás un domingo por la tardeComedia y drama se dan la mano para mirar cómo la gente avanza mientras que a otros nos cuesta mucho dar un paso en firme por todos esos temores y dudas que van apareciendo entre los que no aceptamos los cambios del paso del tiempo. Un libro narrado con mucha sensibilidad y con el que nos sentiremos identificados al novelar, al y fin y al cabo, la historia de un hombre normal que se enfrenta a los avatares de la vida. Una novela para gente bohemia y soñadora.
Así comienza...
"Me miro en el espejo y siento frío. Pero no es un frío romántico como aquel que cosía a los poetas famélicos en Montparnasse; es, sin más, un frío de cojones porque es otoño, se cierne sobre el oeste una ciclogénesis con nombre de mulata y la caldera prehistórica de mi apartamento acaba de morir. Y yo ni soy poeta, ni padezco hambrunas, ni estuve jamás en Montparnasse pues París me cogió siempre con prisas. Es martes, un día como cualquier otro de no ser porque las desgracias suelen sacudirme en los primeros acordes de la semana. Un martes sin luna, a la hora exacta en la que moría John Wayne, mi madre me arrojaba el mundo en un pariorio que hoy es una clínica veterinaria; un martes, también, la banda del Chino me daba una paliza en el barranco de las Chicharras al caer la tarde, desvirgándome así en los sinsabores del mariconismo..."