Los invertebrados, un retrato del Madrid del 15-M
Gastón Segura es el autor de una novela picaresca e intrigante sobre la España de hace una década
Hace una década, en la primavera de 2011, asistimos a un nuevo fenómeno social que nació de la indignación ciudadana, del enfado de la juventud española que salió a la calle para manifestarse y ocupar las plazas más significativas de ciudades tanto españolas como extranjeras. Así nació el movimiento del 15-M, un movimiento que forma parte de Los invertebrados (Drácena), una novela que comienza su relato la semana previa al referido 15 de mayo de hace una década.
Gastón Segura, en la imagen, es el autor de este particular retrato del Madrid de entonces. Moisés Marmelo es el protagonista de la novela. Tras pasar varias semanas en el Hospital sale del mismo con la intención de conocer qué es lo que ha pasado con la empresa en la que trabajaba. Su búsqueda le lleva hasta esa Puerta del Sol llena de manifestantes que se convirtió en imagen icónica del referido movimiento del 15-M. Con sarcasmo, humor, intriga y una prosa ágil, Los invertebrados va mostrándonos esa cara de la España del engaño y la corrupción. La trama, bien construida, ofrece momentos muy interesantes y divertidos. Con una serie de personajes muy singulares, esta novela picaresca es un reflejo de lo que ocurrió en la sociedad madrileña en esos movidos días de hace una década.
Así comienza: Los invertebrados
Nada le iba a impedir considerar aquella como la primera mañanad el mundo. No en balde, respiraba porque el equipo médico no había cejado en su severidad ni uno solo de los veintitantos días que empleó en arrancárselo, primero, a la muerte y, luego, en raerle uno de esos virus indinos y anónimos que viven, mutan y procrean en el aire sucio de Madrid y que había encontrado tanto acomodo en su pulmón izquierdo como para infectarle el pericardio hasta hinchárselo como el aerostato de los Montgolfier. Sin embargo, prodigios de la Ciencia, ahora estaba allí: de pie, ante la puerta principal del Hospital de la Princesa, con el alta sanitaria en un bolsillo y con tales rubores de adolescente en mitad de la cara que desmentían cualquier rastro de palidez por su obligada convalecencia.