La furia del Kolibri, una historia de redención en la Alemania nazi
Cristina Redondo es la autora de un thriller sobre el dolor, el amor, los secretos y el paso del tiempo
¿Te imaginas tener un helicóptero guardado en el patio trasero de tu casa? Esto es lo que le ocurre a Hans, un mecánico de aviación que entierra por piezas un Fl 282 Kolibri, una de las aeronaves utilizadas por Alemania en la Segunda Guerra Mundial. En ese período se desarrolla parte de La furia del Kolibri (Tres Hermanas).
Temas universales de Berlín a Madrid
Cristina Redondo es la autora de una ficción que no podemos tratar como novela histórica, aunque está situada en un contexto clave de la historia del siglo pasado. Bien documentada, la novela camina más hacia el thriller, con un buen retrato social y político de la Alemania de la guerra y del Madrid de los años posteriores al fin del armisticio.
Cristina Redondo. Foto: @Laura Ortega
Hans, el protagonista, recorrerá media Europa para enterrar su pasado en la capital de España. El tiempo ha pasado y llega el momento —desde la cama en la que está postrado— de confesarle a sus hijos todo lo vivido en aquellos años de la guerra. ¿Verá finalmente la luz el secreto del Kolibri?
El paso de los años, la memoria, el dolor y el amor, temas universales, están presentes a lo largo de una novela bien estructurada que nos va contando el ascenso de Hitler, la transformación que sufre Berlín y la resistencia al nazismo representada en primera persona por Helda, la madre de Hans. Una lectura muy recomendable, una historia de redención que se nos quedará grabada bastante tiempo.
Así comienza: La furia del Kolibri
Guardo un helicóptero en el patio trasero de mi casa.
Lo enterré por piezas, distribuido por todo el terreno, a medio metro de profundidad por debajo de este césped. Yo mismo excavé los huecos secretamente entre la barbacoa y el muerte exterior hace muchos años. Mis hijos han jugado encima de esta tierra. Mis dos esposas se han paseado entre los restos de mi helicóptero sin adivinar el rugido de su motor dormido. He organizado barbacoas y cenas de verano con «la tropa», y a menudo perdía la mirada en cada una de las diagonales que trazaba desde mi silla de camping hasta el suelo.
Mara solía preguntarme en esos casos qué miraba.
—¿Qué miras, amor? —Fue la única mujer que me llamó «amor» sintiéndolo de verdad .