La Antártida del amor, una conmovedora novela obra de Sara Stridsberg
Una historia tan dura como recomendable donde la protagonista cuenta su vida y brutal muerte
Una mujer asesinada cuenta su duro pasado en un libro conmovedor. Sara Stridsberg, escritora y dramaturga sueca nacida en 1972, es la autora de La Antártida del amor (Nórdica Libros), una novela que cuenta con la traducción de Carmen Montes Cano.
Escrita en primera persona, la víctima es la protagonista y narradora de esta historia que nos llevará una y otra vez al principio y final de todo, al bosque, donde es asesinada. Drogas, prostitución, una familia que va en decadencia y unas decisiones personales no muy acertadas marcan la vida de esta mujer que nos invita a reflexionar sobre el destino y la posibilidad de huir o no de él.
Una historia tan dura como recomendable en la que Inni describe su muerte brutal y una vida marcada por la tragedia. Caminos equivocados que le llevan a estar cansada de la vida. Narrada de manera ágil, con frases directas, haciendo sentir al lector esa desesperación y aislamiento que sufre la protagonista. A pesar de la crueldad, la autora lo cuenta con una belleza tras la que se esconde el terror y la angustia.
Solo los niños creen que uno puede conseguir todo lo que desee, pero a veces yo pienso que los niños no han existido nunca, que la idea de niño es mera ilusión. Las criaturas a las que llama niños solo tienen menor tamaño y son algo más fáciles de engañar, viven prisioneros de nosotros, los adultos, como animales de peluche o animales domésticos
La Antártida del amorAsí comienza...
Así que estábamos en el bosque. Había algo parecido a un atardecer, pero nada de sol, una luz de lluvia tirando a ocre que descendía sobre el paisaje. ¿Que si habría podido llamar a alguien? No, no habría podido, porque aunque hubiera habido a quien llamar, se habría agotado el tiempo. Ya solo quedaba la luz subacuática que descendía y esos árboles enormes y las gotas de lluvias gigantescas que caían de las ramas como lágrimas de unos seres grotescamente grandes y solo estábamos nosotros, él y yo, y la sensación de ser los únicos que quedábamos en el mundo era tan intensa que ninguna realidad habría podido cambiarla, ni los coches con los que nos cruzábamos por la carretera ni las cabinas iluminadas que veíamos al pasar ni el sonido de la radio donde alguien murmuraba con voz suave y ronroneante, sonaba como una misa. Los sonidos creaban imágenes de cromos diminutos que resonaban dentro de mí".