Notable ficción histórica de Isabel San Sebastián
'Lo último que verán tus ojos' recorre la maldad y bondad del ser humano entre lugares y episodios de la Segunda Guerra Mundial
“La dignidad de un hombre se mide por cómo hace frente a la muerte”. Con esta frase, que cobrará mucho sentido a lo largo del libro, comienza Lo último que verán tus ojos (Plaza & Janés), la última novela de Isabel San Sebastián. Una historia que viaja al pasado para mostrarnos la cara menos humana de las personas. Una maldad que se repite de forma cíclica entre los hombres a pesar del paso de las décadas.
Pero entre tanta deshumanización también hay lugar para esas buenas personas, como el conocido Ángel de Budapest (Ángel Sanz Briz), que se jugaron la vida para intentar salvar las de muchos judíos.
Una marchante de arte y un taxista judío son la pareja protagonista de este thriller histórico que parte de Budapest y camina también por el Madrid de la Segunda Guerra Mundial. Los dos personajes, muy diferentes, iniciarán juntos una investigación sobre una preciada obra del Greco.
Nos encontramos ante una ficción histórica muy bien construida por Isabel San Sebastián. Los pasajes de la novela están bien perfilados y el ritmo de la narración no decae. El interés se mantiene hasta el final y la autora cuida mucho las descripciones y diálogos. Con una buena base documental y manteniendo siempre el rigor histórico, Lo último que verán tus ojos recorre lugares y episodios que jugaron un papel importante a lo largo de la Segunda Guerra Mundial.
El libro ofrece detalles sobre capítulos reales, de los que la historia no se ha ocupado mucho, de la relación de los nazis con España. La acción y el suspense no faltan en una obra que también transita por el presente (los protagonistas se conocen en 2015 en Nueva York). Una novela muy recomendable que visita nuestra destacada selección de libros sobre el Holocausto.
“Esto último era muy importante, porque los cruces flechas pedían la documentación a los judíos que veían por la calle, se la arrancaban de las manos a su antojo y la rompían en sus narices, antes de matarlos allí mismo o llevar´selos para ser deportados. Las cartas de protección, proporcionadas por la Cruz Roja o las embajadas de los países neutrales, se habían convertido en el bien más preciado para un hebreo. Especialmente las selladas por la legación de España”.