La España desnuda
Rafael Navarro de Castro firma una sobresaliente novela sobre la verdadera esencia de la vida rural en el siglo pasado
Sobresaliente ha sido el debut literario de Rafael Navarro de Castro -en la imagen-. El autor granadino firma una excelente novela sobre la España olvidada en La tierra desnuda (Alfaguara). Una narración que retrata, que se adentra, en esa forma de vivir en la España rural del siglo pasado. La Solana (Granada) es el lugar en el que está ambientada una historia que tiene a los campesinos como grandes protagonistas junto al valle, un personaje más por todo lo que representa.
El movimiento general seguía el curso de las aguas. Ellos, también. El valle se mudaba al pueblo y el pueblo a la ciudad. Llegaron a la Solana cuando todo el mundo se marchaba. No les importó porque venían de tierras más ásperas y crueles
La tierra desnudaBlas, un campesino de verdad, de los de antes, es el personaje principal. Lo vemos nacer a lomos de una mula en la segunda república y seguimos su vida a lo largo de las páginas de una novela que para nada se hace larga a pesar de superar las 500 páginas. Junto a él va pasando toda la vida del valle y del país, aunque Blas sigue siendo fiel a su forma de vivir, a las tradiciones y costumbres heredadas.
Ahora que vivimos en una sociedad contaminada de todo, tanto atmosférica como socialmente hablando, gusta volver a historias donde la tierra, la naturaleza, tiene vida. Y Blas tiene una relación de respeto y admiración hacia esa tierra que hoy en día maltratamos. La novela huye de los estereotipos relacionados con el campo y los campesinos para dibujar la historia de gente sencilla que lucha por sobrevivir con respeto y dignidad.
Una historia normal, sencilla, pero con tantos sentimientos y recuerdos. Un libro que nos traerán imágenes del ayer, paisajes que creíamos olvidados. Una novela que refresca la memoria pero golpea al alma por todo lo que hemos ido perdiendo por el camino.
Así comienza La tierra desnuda
"Corren los años treinta del siglo pasado. Corren hacia el desastre. Pero estas montañas no lo saben. Ni lo saben ni se lo imaginan. Es un asfixiante mediodía de agosto. La señora Josefa sube por el camino de la Solana. No le da tiempo a llegar a su cortijo. No alcanza, siquiera, a apearse de la mula. Bajó al pueblo antes que el sol para vender sus hortalizas y volver a subir antes de que el aire se hiciese irrespirable. Pero se entretuvo charlando con las comadres. La canícula la alcanza en las rampas más duras del camino. Aún no llega a los treinta pero aparenta más de cincuenta y está preñada de nueve meses. Resuenan voces lejanas, de otros tiempos. Se pisan las huellas de un pasado que es presente. El arado traza carriles mil veces repasados. La fisonomía del valle es la fisonomía del esfuerzo, la suma de una fatiga sobre otra fatiga...".