¿Era Hitler un drogadicto?
A lo largo de nuestro especial de libros sobre el Holocausto alemán nos hemos encontrado con análisis de todo tipo de una época negra para la humanidad. La visión que recoge el libro que vamos a analizar a continuación no tiene nada que ver con lo destacado hasta la fecha. Para empezar, una pregunta que nos va a poner rápidamente en situación. ¿Era Hitler un drogadicto?
Mucha pureza de la raza aria, pero de drogas hasta el bigote. Así iba en muchas ocasiones Adolf Hitler, un superyonqui que consumía cantidad de estimulantes al mismo tiempo que prohibía las drogas para el resto del pueblo alemán. Por lo visto, las querría para él y sus súbditos.
Sobre las adicciones del führer escribe Norman Ohler en El Gran Delirio. Hilter, drogas y el III Reich (Crítica), una obra que nos ofrece una visión del nazismo totalmente desconocida hasta la fecha. Tal y como dice el propio autor a modo de introducción, “las drogas en el III Reich son un tema sorprendentemente poco conocido no solo entre el gran público, sino también por los historiadores. Trabajos científicos y periodísticos han tratado parcialmente la cuestión, pero hasta el momento no existe ninguna visión de conjunto. Faltaba una exposición amplia y bien documentada de cómo los estupefacientes marcaron los acontecimientos en el estado nazi y en los campos de batalla de la segunda guerra mundial. Porque si no entendemos el papel de las drogas en el III Reich ni indagamos en los estados de conciencia relacionados con ellas, nos estamos perdiendo algo”.
El libro contiene parte del legado de Theo Morell, el médico de cabecera de Hitler. Y cierto es, como refleja el propio Ohler, que la historia de Alemania no se reescribirá nuevamente tras El Gran Delirio, pero el libro nos ayudará a hacernos una composición más exacta sobre muchos de los comportamientos de Hitler y sus criminales de guerra.
Enganchado por completo al Eukodal, el líder de los nazis no le hacía tampoco ascos a la cocaína o cualquier otro opioide que pases cerca suya. Droga dura para tener la cabeza despejada.
El autor divide el libro en cuatro partes. La primera de ellas, que sitúa temporalmente entre 1933 y 1938, habla de la metanfetamina, la droga del pueblo. “El nacionalsocialismo fue, literalmente, tóxico. Dejó al mundo un legado químico que hoy sigue afectándonos, un veneno que tardará en desaparecer”.
Tras contar cómo y cuándo el ejercito alemán descubre las drogas, Ohler descifra los documentos médicos de un Hitler que “reaccionaba positivamente a prácticamente cualquier droga, exceptuando el alcohol. No estaba enganchado a ninguna sustancia específica, sino, simplemente, a todo aquello que pe permitiera acceder a realidades agradables y artificiales”. Hasta 74 estupefacientes diferentes contabiliza el autor entre la colección consumida por Adolf.
El Gran Delirio concluye con los últimos excesos del dictador alemán. “Hitler sin la droga solo era un pellejo enfundado en un uniforme pringado de papilla de arroz. Sin las sustancias a las que el organismo se había adaptado, el cuerpo ya no segregaba endorfina. El equilibrio adecuado de dopamina y serotonina se vio gravemente afectado. Ya no había sensación de bienestar ni protección contra el exterior amenazante. Solo susceptibilidad absoluta. Las paredes de hormigón seguían en pie, pero el búnker químico se había descompuesto por completo”.